La cultura
occidental puede contarse como la historia de un Yo que ha ido
engordando. Es fácil señalar las etapas principales. La reforma
protestante apeló a la propia conciencia frente a la autoridad.
Descartes instauró el Yo pienso como instancia definitiva, la
Ilustración hizo lo mismo con la razón, el romanticismo exacerbó el
protagonismo del Yo y el idealismo alemán lo convirtió en el origen de
todo y, como último paso, encontramos la insistencia en los derechos
individuales. Todo ha desembocado en una afirmación desmesurada del Yo
que no deja de plantearnos problemas. Lo que comenzó siendo una
necesaria defensa de la autonomía personal se ha convertido en un
obsesivo cuidado de sí mismo y en un narcisismo galopante.
La cultura del yo, una cultura que aboga por una sola persona en este mundo, tú, osea YO.
De cierta forma el yo es exaltado a tal grado que la percepción de los demás es alterada increíblemente. Parece loco que una persona adulta pueda ser víctima del YO ACRECENTADO, pero a todos nos pasa o nos paso en cierto punto de la vida, bueno, no a todos nos pasa pero es muy fácil caer en esa peligrosa trampa.
De cierta forma el yo es exaltado a tal grado que la percepción de los demás es alterada increíblemente. Parece loco que una persona adulta pueda ser víctima del YO ACRECENTADO, pero a todos nos pasa o nos paso en cierto punto de la vida, bueno, no a todos nos pasa pero es muy fácil caer en esa peligrosa trampa.
Le paso a Narciso, relata la
mitología griega, un joven que murió por su belleza. En tiempos modernos
parecería imposible morir buscando la belleza externa, pero sigue
pasando, y lo más asombroso es que todo el mundo se olvido de la belleza
interior, que existe el rumor que es la belleza más bonita, pero es
solo un rumor.
Una sociedad donde prevalece primero el “Yo”, una cultura donde
“pernea mucho el yo primero, yo segundo, yo tercero y si queda algo de
espacio, yo cuarto y de esta manera pensamos todo desde nuestro punto de
vista, no pienso en el otro de una forma empática” y no me importa
nadie más” dijo Arnoldo Mendoza, sociólogo.
Aquí podemos encontrar una sección sobre este tema del periódico "La Vanguardia"